Creo que fue Mario Góngora del Campo (no estoy seguro si fue él efectivamente) quien dijo que el hablaría de Antártida por Antártica, el día en que dijera siútido por siútico.
¿Hay algo más desagradable que la siutiquería? Si las hay, son pocas cosas. Pongámonos de acuerdo, un siútico o un cursi, es una persona que adopta modales o costumbres estimados como elegantes o sofisticados, sin serlo realmente. Y como esa clase de esfuerzos casi nunca son exitosos, el resultado es una picantería casi siempre mayor. A la falta de educación, se termina agregando la carencia de autenticidad.
El síntoma más vistoso de la cursilería es usar ropa cara y fea: una corbata de seda italiana con el gato Silvestre de adorno, un traje Gucci cruzado con tres botones negro, con solapas brillantes; una polera del Hard Rock Café, para que todos sepan que has viajado; un reloj de pulsera enorme, para que se vea desde lejos, etc.
Trasladada al lenguaje, la siutiquería se manifiesta en el uso de giros o palabras reputadas como elegantes o académicas, sin serlo verdaderamente. O en el mal uso de las mismas, fuera de su contexto. O en la utilización correctamente académica de los términos, pero de manera en exceso complicada, para hacer notar que, siendo uno inteligente, el resto que no entiende, es idiota.
Como para mucha gente, el modelo de expresión son las teleseries nacionales o de origen hispanoamericano en general, el siútico va a decir esposa por señora, esposo por marido, bebé (¡puaj! es de las peores) por guagua, cena por comida y una largo etcétera. Larguísimo, por desgracia.
Desde luego, el cursi o siútico no sabe que lo es y jura que lo está haciendo estupendo. La cosa tiene mucho que ver con el ambiente. Por lo mismo, lo que es siútico en un país, no lo será necesariamente en otro. Decir guagua en Chile es hablar de manera sencilla, hacerlo en México, condenaría al hablante a la más completa incomprensión. Pero la idea es esa, hablar de manera sencilla, al menos en lo coloquial, que es donde los hábitos se notan. Quiérase o no, tener elegancia auténtica o afectada, depende de algo que se entrega en la casa, más con la formación y la educación, que con la instrucción. Y en lo cotidiano es donde la formación se nota. Y quien es genuinamente educado y elegante, va a tratar de hablar siempre de manera lo más sencilla posible, salvo que esté obligado a algo diverso.
Otra manifestación corriente de siutiquería es el snobismo, que consiste en imitar, también de manera afectada, usos extranjeros que, aplicados fuera de su país de origen, resultan ridículos o derechamente chocantes. El mejor ejemplo es la fiesta de Halloween, que las multitiendas y centros comerciales han tratado de imponer en el país para aumentar sus ventas en octubre.
En el lenguaje también se utilizan algunos giros snob, como la palabra bizarro. En este caso, el término existe, pero no tiene que ver con lo que la mayoría cree que significa. En castellano académico, bizarro significa valiente. En su origen francés (de bizarre), tiene efectivamente que ver con algo extravagante o excéntrico, pero utilizado en castellano con este último sentido, se transforma en un barbarismo.
Sólo para dejar asentado lo de los modismos, acá en Chile tenemos una palabra equivalente a siútico o cursi: cuico. Contra lo que mucha gente cree, que a uno le digan que es cuico no es un halago. Posiblemente, el modismo para definir a alguien efectivamente elegante o bien educado, sería pituco, pero la expresión ha caído en desuso y pertenece a épocas pasadas y mejores, al menos en algunos aspectos, donde todos en nuestro Chile sabían quiénes eran y no trataban de ser algo distinto.
jueves, 23 de junio de 2005
lunes, 13 de junio de 2005
Nada te turbe (versos de Santa Teresa de Ávila)
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.
Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.
Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.
lunes, 6 de junio de 2005
La creación del hombre según Sócrates
Uno de los diálogos platónicos más conocidos es Banquete. Como en todos los diálogos de Platón, el protagonista es su maestro, Sócrates quien, según el relato, había compartido hasta la madrugada con algunos distinguidos comensales, todos ellos distinguidos ciudadanos de Atenas.
La capacidad del fundador de la filosofía occidental de beber grandes cantidades de alcohol sin verse afectado era legendaria. Al final, ya muy de madrugada, sólo quedaban en pie el maestro, el comediógrafo Aristófanes y el sofista Protágoras.
Socrates relató a sus acompañantes uno de los mitos griegos sobre la creación del hombre y la mujer.
Contaba la historia que los dioses quisieron al comienzo crear un mundo completamente feliz. Para eso crearon seres que, por un lado presentaban cuerpo y rostro de hombre y, por el otro, cuerpo y rostro de mujer. Con cuatro piernas y cuatro brazos, eran rápidos y fuertes, así que las fieras no los podían dañar. Con tales capacidades, podían obtener fácilmente los frutos de la tierra y compartirlos y administrarlos sabiamente con sus semejantes. Sin necesidades urgentes, podían dedicar largas horas a reflexionar y además tenían la ventaja de dialogar y compartir sus pensamientos siempre, al menos, con otra persona y grande era su suerte, porque lo hacían con la persona que amaban. Porque nunca estaban solos, pues eran dos en uno, se amaban a sí mismos y siempre estaban acompañados de quien amaban. Y como amaban tanto a quien compartía con ellos su existencia, amaban también al resto de los seres como ellos, a los animales, a las plantas, a los dioses. Amaban a toda la vida.
Pero los dioses sintieron envidia y los separaron por la mitad, en medio de grandes dolores y los expulsaron de su país paradisíaco hacia los cuatro puntos cardinales.
De esa dolorosa separación quedó una cicatriz en el vientre, que llamamos ombligo.
Desde entonces, los dioses condenaron a los hombres y a las mujeres a ser infelices, a no ser que encontraran su otra mitad.
La capacidad del fundador de la filosofía occidental de beber grandes cantidades de alcohol sin verse afectado era legendaria. Al final, ya muy de madrugada, sólo quedaban en pie el maestro, el comediógrafo Aristófanes y el sofista Protágoras.
Socrates relató a sus acompañantes uno de los mitos griegos sobre la creación del hombre y la mujer.
Contaba la historia que los dioses quisieron al comienzo crear un mundo completamente feliz. Para eso crearon seres que, por un lado presentaban cuerpo y rostro de hombre y, por el otro, cuerpo y rostro de mujer. Con cuatro piernas y cuatro brazos, eran rápidos y fuertes, así que las fieras no los podían dañar. Con tales capacidades, podían obtener fácilmente los frutos de la tierra y compartirlos y administrarlos sabiamente con sus semejantes. Sin necesidades urgentes, podían dedicar largas horas a reflexionar y además tenían la ventaja de dialogar y compartir sus pensamientos siempre, al menos, con otra persona y grande era su suerte, porque lo hacían con la persona que amaban. Porque nunca estaban solos, pues eran dos en uno, se amaban a sí mismos y siempre estaban acompañados de quien amaban. Y como amaban tanto a quien compartía con ellos su existencia, amaban también al resto de los seres como ellos, a los animales, a las plantas, a los dioses. Amaban a toda la vida.
Pero los dioses sintieron envidia y los separaron por la mitad, en medio de grandes dolores y los expulsaron de su país paradisíaco hacia los cuatro puntos cardinales.
De esa dolorosa separación quedó una cicatriz en el vientre, que llamamos ombligo.
Desde entonces, los dioses condenaron a los hombres y a las mujeres a ser infelices, a no ser que encontraran su otra mitad.
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